La constelación de Virgo se inspira en la leyenda griega sobre una madre llamada Deméter, diosa de los cultivos, la vegetación, la fertilidad y la cosecha. Su hija, Perséfone, fue secuestrada por Hades mientras recogía flores. Esta tomó represalias haciendo que el crecimiento de todas las plantas y brotes se detuviera. Ante tales eventos, Zeus tuvo que pedir a la diosa Hécate que arbitrara una solución entre Hades y Deméter. Tras oír a ambas partes, dictaminó que si Perséfone no comía nada mientras estaba en el reino de los muertos, podría ser devuelta a su madre. Desafortunadamente, Perséfone comió algunas semillas de granada mientras estaba secuestrada.
Pero Deméter no se dio por vencida y persistió con la suspensión del crecimiento de las plantas hasta que Zeus interfirió de nuevo. Ordenó que Perséfone permaneciera con Hades solo durante tres meses al año y el resto del año podría volver con su madre. Durante los tres meses con Hades, el crecimiento de las plantas se para, que es el invierno. La aparición de la constelación en la primavera señala el regreso de Perséfone junto a su madre Deméter y el nuevo crecimiento de los cultivos.
Si nos fijamos con atención en nuestro recorrido entre la Osa Mayor y Virgo, pasamos por una estrella bastante visible, Arturo, que pertenece a la constelación de Boyero. Dicha constelación tiene forma de cometa.
Ícaro, que había aprendido el cultivo de la vid del dios Dioniso, invitó a unos labradores a probarlo. Estos bebieron demasiado y se despertaron la mañana siguiente con tal malestar que supusieron que Icario había tratado de envenenarlos y por esto fue asesinado. Dioniso colocó a Ícaro en las estrellas para honrarlo. O podría tratarse de un labrador que manejó los bueyes en la constelación Osa Mayor utilizando sus dos perros Chara y Asterión (de la constelación Canes Venatici). Los bueyes fueron atados al eje polar y la acción de Bootes mantuvo los cielos en la rotación constante.
Y como despedida, un fragmento de un poema de Neruda:
“Asomando a la noche
en la terraza
de un rascacielos altísimo y amargo
pude tocar la bóveda nocturna
y en un acto de amor extraordinario
me apoderé de una celeste estrella.
Negra estaba la noche
y yo me deslizaba
por la calle
con la estrella robada en el bolsillo.
De cristal tembloroso
parecía
y era
de pronto
como si Ilevara
un paquete de hielo
o una espada de arcángel en el cinto.
La guardé
temeroso
debajo de la cama
para que no la descubriera nadie,
pero su luz
atravesó
primero
la lana del colchón,
luego
las tejas,
el techo de mi casa.”
(Oda a una estrella)