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  • El Blog del Museo

    El cielo desde casa: constelaciones (20 abril)

    18 de abril de 2020

    En nuestro anterior paseo por el cielo hablamos de los cuerpos celestes visibles, pero no mencionamos nada de esos personajes mitológicos que lo inundan todas las noches, las constelaciones. Nos sumergimos en algunas de las que estarán visibles durante las próximas semanas. Dejamos la ciencia a un lado y os proponemos que despertéis vuestra imaginación descubriendo las historias que las acompañan. 

    A lo largo de la historia de la humanidad las distintas civilizaciones han imaginado sus propios personajes e historias: historias de héroes, de animales fantásticos o de meros mortales que podemos encontrar en el cielo nocturno. La mejor manera de comenzar es buscar las siete estrellas más visibles de la Osa Mayor, las que se conocen como el carro o el cucharón. Partiendo de dos de sus estrellas, Dubhe Merak (conocidas en alguna cultura como “el puntero”), basta prolongar la distancia que las separa hacia la “apertura” del cucharón para dar con la estrella más famosa del cielo, la estrella Polar, la estrella que indica el punto cardinal del Norte. 

    Su leyenda: Zeus se enamoró de Calisto, ninfa de la diosa Artemisa. Para conseguir su amor se convirtió en ninfa. Hera, la esposa de Zeus, ofendida con lo ocurrido entre Zeus y Calisto decidió castigarla convirtiéndola en osa y dejar huérfano a su hijo. Pasado algún tiempo, su hijo salió a cazar, y sin saberlo, intentó cazar a su propia madre. Zeus al ver lo que iba a suceder, decidió convertirlos en estrellas y subirlos a los cielos para que, madre e hijo, pudieran vivir para siempre juntos y a salvo. Hera, sabiendo que ya no podría hacerles daño, le pidió a Poseidón que les prohibiera bajar hasta los océanos a beber como hacen el resto de las constelaciones. 

    Serpenteando entre ellas podemos observar la constelación de Dragón. Su cabeza la forman cuatro estrellas que recuerdan a una cometa. Su estrella más brillante, Thuban, fue la que marcaba el norte hace unos 5000 años a los antiguos egipcios. 

    Una de sus leyendas nos habla del dragón Ladón, muerto por el gran Hércules. Se le encargó que robara las manzanas de oro del árbol de Gea, diosa de la Tierra y Ladón era el encargado de custodiarlas. Muy certeramente, el héroe disparo una flecha matando al dragón y permitiendo así que Atlas robara las preciadas frutas. Hera, airada por el atropello cometido por Hércules, convirtió al dragón en estrellas y lo colocó en el firmamento. 

    Otro animal legendario que podemos ver en los cielos primaverales es Leo, una de las doce constelaciones zodiacales. Para localizarlo en el cielo solo deberemos seguir las estrellas “puntero” de la Osa mayor en sentido contrario, es decir, hacia el sur. La parte más visible de esta constelación tiene forma de signo de interrogación. 

    Leo vivía en los bosques de Nemea y se dedicaba a asolar los campos, devorando personas y animales. Los dioses del Olimpo decidieron encargarle al gran héroe Hércules que lo matase.  El gran héroe ideó un plan para deshacerse del león. Sabiendo que su piel era tan gruesa que nada la atravesaba, Hércules tapó la entrada de la cueva donde dormía el león y mientras dormía plácidamente, lo agarró y lo ahogó. Le quitó la piel y se la puso de capa y la cabeza a modo de casco.   Zeus, como forma de honrar a su hijo, decidió premiarlo colocando al león entre las estrellas.  

    Tras Leo podemos observar otro signo del zodiaco, Virgo. La manera más sencilla de encontrar esta gran constelación es continuando la cola de la Osa Mayor. Así hallaremos la estrella Espiga, que Virgo sujeta con su mano.  

    La constelación de Virgo se inspira en la leyenda griega sobre una madre llamada Deméter, diosa de los cultivos, la vegetación, la fertilidad y la cosecha. Su hija, Perséfone, fue secuestrada por Hades mientras recogía flores. Esta tomó represalias haciendo que el crecimiento de todas las plantas y brotes se detuviera. Ante tales eventos, Zeus tuvo que pedir a la diosa Hécate que arbitrara una solución entre Hades y Deméter. Tras oír a ambas partes, dictaminó que si Perséfone no comía nada mientras estaba en el reino de los muertos, podría ser devuelta a su madre. Desafortunadamente, Perséfone comió algunas semillas de granada mientras estaba secuestrada. 

    Pero Deméter no se dio por vencida y persistió con la suspensión del crecimiento de las plantas hasta que Zeus interfirió de nuevo. Ordenó que Perséfone permaneciera con Hades solo durante tres meses al año y el resto del año podría volver con su madre. Durante los tres meses con Hades, el crecimiento de las plantas se para, que es el invierno. La aparición de la constelación en la primavera señala el regreso de Perséfone junto a su madre Deméter y el nuevo crecimiento de los cultivos. 

    Si nos fijamos con atención en nuestro recorrido entre la Osa Mayor y Virgo, pasamos por una estrella bastante visible, Arturo, que pertenece a la constelación de Boyero. Dicha constelación tiene forma de cometa. 

    Ícaro, que había aprendido el cultivo de la vid del dios Dioniso, invitó a unos labradores a probarlo. Estos bebieron demasiado y se despertaron la mañana siguiente con tal malestar que supusieron que Icario había tratado de envenenarlos y por esto fue asesinado. Dioniso colocó a Ícaro en las estrellas para honrarlo. O podría tratarse de un labrador que manejó los bueyes en la constelación Osa Mayor utilizando sus dos perros Chara y Asterión (de la constelación Canes Venatici). Los bueyes fueron atados al eje polar y la acción de Bootes mantuvo los cielos en la rotación constante.  

    Y como despedida, un fragmento de un poema de Neruda:

    “Asomando a la noche 

    en la terraza 

    de un rascacielos altísimo y amargo 

    pude tocar la bóveda nocturna 

    y en un acto de amor extraordinario 

    me apoderé de una celeste estrella. 

    Negra estaba la noche 

    y yo me deslizaba 

    por la calle 

    con la estrella robada en el bolsillo. 

    De cristal tembloroso 

    parecía 

    y era 

    de pronto 

    como si Ilevara 

    un paquete de hielo 

    o una espada de arcángel en el cinto. 

     La guardé 

    temeroso 

    debajo de la cama 

    para que no la descubriera nadie, 

    pero su luz 

    atravesó 

    primero 

    la lana del colchón, 

    luego 

    las tejas, 

    el techo de mi casa.” 

    (Oda a una estrella)

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